Ayer en clase hicimos un ejercicio de visualización en el que tuve que imaginarme que solo me quedaban dos meses de vida a causa de una enfermedad terminal.
El ejercicio empezaba por situarnos en nuestra casa, tal como la solemos habitar una mañana normal. Mismas rutinas, misma tendida de cama, mismo desayuno, misma música sonando de fondo. La diferencia es que nos estamos alistando para salir a una cita médica, en la cual nos dirán el resultado de unos exámenes que no pintaban muy bien. Imaginamos el camino de ida, que en mi caso fue el bus H6, el mismo que me llevó a mi última cita médica. Es hermoso porque atraviesa la ciudad, se demora 40 minutos, siempre voy muy entretenida y este recorrido no fue la excepción aunque tenía el estómago revuelto y un poco de taquicardia porque ya presentía lo que se venía.
Al llegar al hospital, imaginamos la sala de espera primero, luego el consultorio, el o la médico, y finalmente la noticia.
“Dos meses. Lo siento y mucha suerte”.
Sé que puede sonar psicópata de mi parte pero en esta parte del ejercicio sentí calma y una gota de emoción. Tratando de analizarme, porque se que no tengo una mentalidad suicida pero sí muy compleja y oscura, me doy cuenta que esto atraviesa varias capas de mí y que por eso tuvo sentido sentir alivio.
Una capa de cansancio crónico por tratar de entender la vida y pasar la mayoría del tiempo haciéndome preguntas sobre ella. Una capa de frustración por sentir que la vida es larguísima y lenta y a la vez muy corta y rápida. Una capa de presión por llegar a ser algo que tal vez nunca llegue a ser. Una capa de inseguridad por pensar que estoy haciendo todo mal, o lento, o en desorden. Una capa de desapego a lo material. Una capa de curiosidad por lo que hay más allá. Una capa de tranquilidad de saber que ya voy a poder descansar porque vuelvo a casa, la casa real. Entre muchas otras que son profundas y no las puedo poner en letras.
El caso es que teníamos que pensar cómo, dónde y con quién pasaríamos estos dos meses. Otras veces en las que he fantaseado con este escenario de “te queda no sé cuánto de vida” yo siempre me ponía mínimo un año. Obvio, para poder viajar y tachar todo mi bucket list. Ir a la India, probar todas las drogas, vivir un rato como un personaje de Mamma Mia, etc.
Pero eran solo dos meses. Toca ser selectiva.
Lo primero que pensé fue una despedida linda y especial con los amigos que me ha dado Barcelona. Las personas que sin saberlo (o algunas si) me han sostenido por el simple hecho de existir en la misma ciudad. Me imagino que haríamos un ritual profundo, ya que en esta versión mía que he alimentado acá, la espiritualidad ha sido el eje, el canal y el hilo conductor de mis relaciones. A los pocos días me iría a Colombia.
Esta fue la parte más dolorosa. Pensar en mis papás, en los que se quedan. Tener que sostenerles el duelo aún estando yo acá, en vida.
Pero como es mi imaginación y yo puedo imaginar lo que quiera, el escenario era que al cabo de unos días ellos pudieron entender que el orden de las cosas sería así, que era mejor aceptarlo que resistirse, y que lo único importante era aprovechar el tiempo. Así que los dos meses se convirtieron en un mes, y lo más esencial que me veía haciendo era estar. Estar con mis amigas, feliz. Bailando o hablando. Llorando también. Pero todo desde la gratitud inmensa que me hacen sentir sus presencias en mi vida. Una que otra fiesta, pero sin alcohol porque con un mes de vida no tengo tiempo para un guayabo. Abrazos y comida rica. También me regalé un último encuentro con el que considero ha sido el amor de mi vida, una última unión carnal, porque espiritual habrá siempre.
Ya quedando tres y después dos semanas, me veía con mi familia casi que viviendo todos en una misma casa, la de mi abuela, compartiendo todo, teniendo muchas conversaciones que nunca habíamos tenido, riéndonos y llorando todo a la vez y por muchas horas que parecían minutos. Casi como un viaje de hongos sanador y hermoso, pero sin hongos. Ambivalencia absoluta. Un estado que nunca sería alcanzado bajo ninguna otra circunstancia diferente a estar cerca de la muerte.
El último día me vi en una cama, en la mitad de la sala de mi abuela, rodeada de los que quisieran estar y Bali, mi perro. Las últimas palabras de despedida, muchos llorando, muchos no. Yo ya estaba lista y con ganas pero le repetía a mi mamá que tenía que ser fuerte porque todavía le quedaba mucha vida y de hecho la mejor parte. Le decía: “ si no eres fuerte, te vas a morir por esto y nada habrá valido la pena”.
Al final cierro los ojos, siento como cada sistema del cuerpo se va apagando lentamente y cada órgano deja de funcionar uno por uno, como cuando el dueño de un local lo cierra por las noches, apagando switch por switch hasta que todo queda oscuro. Ya lo que venía después no lo vi, o no lo quise ver. No me interesa tanto en este momento.
Lo importante de este ejercicio fue darme cuenta que si me dan dos meses de vida no haría muchas locuras, no viajaría ni tacharía cosas de una lista (que ni siquiera tengo). Solo pensé en familia, perro y amigos. Solo pensé en no quedarme con ninguna cosa por decir. Solo pensé en abrazar y besar y poder expresar todo el amor que tengo. Solo pensé en dar las gracias tanto que me dijeran “ya no más!”
Mi conclusión no es que vivamos como si nos fuéramos a morir en dos meses porque la verdad lo veo muy complicado, creo que esa frase de “vive como si te fueras a morir mañana” es ilusa e imposible porque eso requeriría un nivel de energía supremo y mucha atención de los demás. Mi conclusión va más por el lado de que, si bien me parece hermoso una vida abundante en aventuras, culturas, viajes, fiestas, libros y arte, para mi es esencial y más importante, alcanzar un nivel de profundidad en mis vínculos con las personas que mantengo cerca, al nivel de sentir que si me queda poco tiempo, mi vida fue hermosa gracias a ellas. Aprendimos el uno del otro, nos sostuvimos, nos enseñamos qué significa amar, nos ayudamos a entender qué es ser un humano, qué se siente sentir, qué es extrañar, qué es admirar. Para mi la vida no es nada sin esa profundidad, sin conocerse a través de la mirada del otro. Sin aprender a ser vulnerable para dejarse atravesar por la experiencia de alguien que amo y así enriquecer la mía.
Morir feliz sería morir sabiendo que conecté con otros lo más que pude, y eso me pone una nueva tarea que no sabía que tenía.
Creo que lo dijiste bastante bien solamente con esa palabra "estar", no es necesario volverte "loco" día a día, solamente con pensar hoy estoy, mañana puede que no, se puede valorar un poco más, estar presente me parece que es igual a amar. Y si amas, tarde o temprano estarás pleno y feliz.
Hermosa reflexión no sabía que necesitaba estás palabras hasta me encontré con este post!